Una pequeña montaña enmarañada. Color castaña.
Bajaba en la penumbra. Se hacía pequeña.
Arriba ella. Plateada. Más alunada que la luna.
Pequeñas ráfagas de nubes que bailaban un ritual de tormenta.
Acá, la montaña. Y allá, esa sensación que me desmoronaba.
Plateada la miraba. Castaña me alcanzaba.
Sin más, la oscuridad. Y respirar entrecortada.
Despacio se separan mis párpados.
Seguía tan brillante, tan lejana,
pero el ritual de danza ya no la acompaña.
A mi lado castaña.
Al final de mi respiración, la cama.
28 ene 2016
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