Las sociedades son
cada vez más desiguales en sus oportunidades no pudiendo negar las diferencias
entre el primer y tercer mundo. Y, cada vez más sobre-igualadoras en las demandas
que imponen: la globalización impone la igualación obligatoria que actúa en
contra de toda diversidad y promueve la cultura del consumo. Las sociedades
cuentan en tanto que mercado y la ética imperante es el utilitarismo, en donde
el éxito es la eficacia y el rendimiento.
En la actualidad, lo
que induce a hablar de “posmodernidad” o “segunda modernidad” es articular un
cambio radical en la cohabitación humana y en las condiciones sociales marcadas
por políticas que se esfuerzan por cambiar la dimensión del tiempo y del
espacio. El poder puede moverse con la velocidad de la señal electrónica y el
tiempo requerido para el movimiento se ha reducido a la instanteneidad. El
poder es extraterritorial, lo que confiere a los poseedores de poder una
oportunidad sin precedentes: la prescindencia de la cohabitación humana. Thomas
Mathiesen considera que, en la actualidad, la obediencia al estándar aparece
bajo el disfraz de la libre voluntad. Esto implica un cambio: de la coerción a
la seducción, de la tiranía del amo presente que obliga a trabajar, a la
seducción del capitalista multinacional que ofrece su imagen sonriente junto al
producto que promociona para la compra-venta.
“Voy al shopping” es una frase que se escucha
en diversos lugares, pero: ¿el sujeto que la dice, dónde está? Poco importa,
pues lo importante es que allí está todo, y, el que camina por el mega-centro
comercial (templo del consumo) pertenece a la aldea global. Las personas se
convierten en gente que rebasa anónimamente atrapada por las imágenes que
excitan hasta la saturación y son promesa de saciedad. Creando una forma de
repartición de mercancías, se construye el individuo “lleno de lo light”, que
no habla una legua regional, sino una lengua universal –las marcas
internacionales-, intentando disimular la “Babel” en donde se alimenta. El
consumismo actual no tiene como objetivo la gratificación de algún deseo
subjetivo, sino la producción del “individuo de la posesión”. “Para la sociedad
capitalista avanzada, comprometida con la continua expansión de su producción,
ése es un marco psicológico restrictivo, que en última instancia crea una
‘economía psíquica’ muy diferente. La voluntad de posesión reemplaza al deseo.
La dependencia a los objetos se extrema bajo la creencia de poseer la libertad
de estar al alcance de ellos, para hacer de su vida una obra, - no de arte -
según un modelo que quiere imponer una identidad de contrabando. Los
compradores-consumidores pueden encontrar el consuelo de tener la impresión de
pertenecer a alguna comunidad en donde la ausencia de diferencia y el
sentimiento de ‘todos somos iguales’ causan su atractivo. La trampa es que el
sentimiento de identidad común es una falsificación de la experiencia: “los que
han ideado y supervisan los templos del consumo son, de hecho, maestros en el
engaño y artistas embaucadores”.
Lucha en ejercicio
de la libertad. Pero, es tiempo de preguntarnos respecto de esa libertad, pues
quizás lo que se experimenta en su nombre ni siquiera lo contemple. Zygmunt
Bauman considera que en la “modernidad líquida” los hombres “viviendo en la
esclavitud, se sienten libres y por lo tanto no experimenten ninguna necesidad
de liberarse”. En este marco cumplen su función el uso de anfetaminas o anabólicos,
el tatuaje, el piercing, los deportes de alto riesgo, las drogas y sus
diferentes usos, las competencias de bebedores de alcohol, entre una
innumerable serie de costumbres adolescentes. Lo descripto muestra la cara
nefasta del capitalismo en donde el capitalista es anónimo y el sujeto resulta
licuado. El anonimato del capitalismo se generó a través de un truco: “no
abolió las autoridades creadoras de la ley, ni las hizo innecesarias.
Simplemente dio existencia y permitió que coexistan una cantidad tan numerosa
de autoridades que ninguna de ellas puede conservar su potestad. Cuando las
autoridades son muchas tienden a cancelarse entre sí. Una autoridad en potencia
se convierte en autoridad por cortesía de quien la elige. Las autoridades ya no
mandan, sino que intentan congraciarse con los electo-res”, lo que construye
como consecuencia es el desmantelamiento de las redes normativas.
Vivimos en una
sociedad en donde la autoridad paterna está francamente decaída, devaluada, en
donde la función de regulación de leyes de convivencia familiar y social está
debilitada, lo cual no es sin consecuencias. El joven –y se tiende a eternizar
la juventud- vive bajo la ley de “traspasar sus límites” y lo real del goce
pulsional alcanza sus figuras más horrorosas en ruinosos “modos de vida” y de
muerte.
Se ha generado una
sociedad tendiente a la adición y a la adicción, en donde lo que se consume
debe llegar al exceso de la máxima satisfacción. Se impone la ley del
“safis-facere”, en donde un pretensioso “demasiado hacer” es “hacer en
demasía”. Su consecuencia está a la vista: “no
tengo tiempo”, frase de letal elegancia con la cual la gente se pronuncia
respecto de lo que llama “su vida”. Cabe preguntar: ¿es vida?, ¿de quién?,
¿quién tiene la titularidad de esto que llamamos “mi vida”?. Existe una lógica
aditiva, la lógica del uno más, de un poco más, en una serie con tendencia al infinito.
En El psicoanálisis y la odisea hemos referido ejemplos: los envases de
gaseosas que de pequeñas botellitas se convierten en botellones de dos litros;
los modos de la cultura alcohólica en donde beber bien es beber hasta la
descompostura; los restaurantes “tenedor libre”, en donde se puede comer de
todo y mucho al mismo precio, y en donde comer bien se convierte en comer
mucho. No hay alteridad ni diferencias. Y, entonces, cada uno en tanto que
cualquiera puede en un instante fugaz convertirse en paracaidista, y ser el
gran triunfador que practica deportes de alto riesgo -¿Hay entusiasmo por el
riesgo, por lo que traspasa los límites?-.
La virtud normativa
de la prudencia está en desuso, también otras. Es el mundo del “todo-listo”,
del “siempre-listo”, y el que no puede tiene una solución al alcance de la
mano: químicos para dormir, despertar, tener fuerza, divertirse, no comer, no
dormir, no parar. Así las asociaciones entre fármacos y drogas están en el
orden del día. No importa aquello que entra en la cuenta, el asunto es que
sume. La saturación lleva a querer “tener todo” o bien a “tener nada”, en donde
juegan sus lugares bulimia y anorexia, ya no solamente como patologías
alimenticias, sino como modos de encarar la vida. La privacidad de un dormitorio
es reemplazada por los “chat-shows” en donde la máxima intimidad pasa a ser
objeto de consumo público. Y el consumo implica trabajo, negocio - nec-otium -.
Nada se pierde, todo es aprovechable en la producción a través del trabajo.
Como psicoanalistas sabemos que el trabajo del inconsciente, cuyo principio es
el goce del trabajo de la pulsión de muerte-, es aliado inseparable del trabajo
del sueño, cuyo objetivo es seguir durmiendo.
...
A.M. Imbriano