¿Qué sentido
tiene venir a trabajar todos los días? Llego, prendo la computadora, pongo
música, juego al Candy Crush… miro Facebook, mis correos electrónicos que son
en un 80% de promociones basuras que me quieren hacer creer que voy a pagar
menos por algo, solo por comprarlo desde internet. Corroboro que el mail del
trabajo sigue sin tener correos nuevos. Que los putos afiliados no responden ni
siquiera con un ‘recibido’ a las
notificaciones y noticias que les envío. El único trabajo que tengo diariamente,
comunicarles novedades, pedirles que pasen a retirar algo, hacerles reservas en
algún hotel... y no se dan el lujo de decirme un mínimo ‘ok gracias’… ¿Qué sentido tiene que reniegue tanto con la alarma
del celular para despertarme, a más tardar, a las 7:23, si después llego a la
oficina y no hay NADA para hacer? Tomo de tres a cinco café por día, voy al
baño entre dos y cuatro veces, imprimo cosas que necesito para la facultad,
busco imágenes llenas de color en internet, para que me den un poco de alegría,
y cada tanto me piden que haga algo. ¿Qué sentido tiene? Hace seis meses que
estoy acá, y nunca sentí tanto el vacío de que te paguen por hacer nada. Me duermo
pensando en las millones de cosas que me gustaría hacer y por las cuales amaría
levantarme a las 05 am si es necesario… pero acá estoy. Cumpliendo con cinco
horas diarias de un trabajo funcional, como me decidí a llamarlo. Conformándome
con cobrar un sueldo que no llega al mínimo de la canasta básica, todo sea para
poder estudiar y recibirme de la carrera que tanto me apasiona. ¿Qué sentido
tiene si no es más que utilitarista? De cumplirle el capricho a mi jefe que quería
que éste lugar, éste asiento, en ésta oficina, lo ocupara alguien que él
conociera y que le siga sus intereses… y le salió mal porque a mí no me gusta
el chusmerío. Me viene a hablar de la chica de limpieza, de las chicas de la
obra social, de Sandra, de mi viejo… y le respondo con ochos palabras de
corrido si es que estoy de buen humor, sino una sonrisa y rogar que siga por el
pasillo hasta la próxima oficina. Y que me deje en paz, tranquila, haciendo
nada, como cada mañana. ¿Qué sentido tiene que esté acá si no aprendo, si no
crezco, si no soy útil en nada? Esta delegación va a seguir funcionando igual
contando con mi presencia o no. En cambio mi vida personal se derrumba si mi
presencia se toma unos días de vacaciones. Mi noviazgo puede temblar si por una
semana desaparezco. Mi familia se va a asustar y me van a querer internar en
algún neuro, lo sé (es el precio que se paga por haber estado loca alguna vez).
La facultad me va a dejar libre en todas las materias que con tanto esfuerzo
estoy tratando de llevar al día… Y sin embargo el celular sigue sonando, fiel,
a las 7:00, 7:10, 7:23 para que llegue a las ocho y cumpla con este puesto que
nada tiene para darme y al que nada le puedo dar. Si mañana no trabajara más,
sé que me levantaría mucho más tarde, sé que el orden que tengo y la rutina de
cumplir con todo, no la tendría. Sé, porque me conozco, que me desorganizaría y
no trabajaría pero tampoco estudiaría, y quizás hasta no tendría ganas de
seguir de novia, o sólo querría irme a vivir a Villa María y que todo sea más
fácil, que las decisiones las tomen otros… ¡Pero no! Eso no es lo que quiero,
no es ese mi destino ni hacia donde me dirijo. A veces solo es necesario
quejarse un poco para entender el porqué de lo que uno hace y porqué uno sigue
donde está. No es zona de confort, sencillamente porque confort no me da; es
zona segura, es zona del impasse, estoy acá pero circunstancialmente. En algún
momento me resigné a decir que todo lo que vivo es funcional a mis objetivos, y
lo sigo sosteniendo. Esta vida, así, hoy, me es funcional. Sólo espero no
estancarme, que a la hora de dar marcha para adelante, de arrancar este auto
estacionado, haya gas. Seguramente tiene tinte de depresivo expresarse como lo
hago ahora… y es que es tan duro darse cuenta de la realidad, del mundo como
es. Es difícil no ser una tonta más, preocupada por si los zapatos son de esta
temporada o si la cartera combina con el cinto. Es difícil que no me interese
si tengo el pelo radiante y parezco una modelo, o si tengo frizz y las puntas
secas. Es difícil que el maquillaje solo me apure porque en la oficina parece
ser requisito fundamental. Es difícil ir contra la corriente de la estupidez y
superficialidad, encontrarme todos los días con que quiero algo más, más allá.
Que no puedo tolerar ver los desajustes, injusticias, sinsentidos, y que yo
sigo acá. Igual. No hacer nada, no ayudar, y no poder hacerlo porque mis
recursos no me lo permiten. Pero el que sí cuenta con esos recursos, con los
medios, con el tiempo, con todo lo necesario ¿Dónde está? Diciendo que se
embarazan para cobrar un plan, que los presos cobran más que un jubilado, que
un globo amarillo va a ser el cambio que necesitamos… En fin. Nada. A veces
quisiera no haber abierto tanto así mi mente, porque a más apertura, más
realidad. A más realidad, más duro es lo que se encuentra. Pero ¡Vamos, voy!
adelante, desde acá aunque no avance hoy, sé que después algo voy a hacer, algo
voy a lograr, en algo voy a ayudar a cambiar la realidad. Quizá no la de todos,
pero de los que me rodean, ojalá. Y si no lo logro… voy a haber pasado por este
mundo como vine, una más. No me molesta, si total no me voy a enterar. Es tan
largo el hilo del tiempo, que nadie lo va a notar. Pero si ya vine, si ya estoy
acá, si ya puedo ser consciente de esto… lo quisiera concretar. Un corazón más
que late, pero que al frenarse, algo, aunque sea mínimo, ha dejado atrás.