16 mar 2015


En el meridiano cero en la zona central cerca del límite y lejos del final, entre dos valles con el cielo despejado, sobre un campo con el horizonte estrellado… Hay una fábrica pequeña pero inmensa de un viejo sabio que sobrevive porque piensa. Conocedor de múltiples maniobras, el viejo en la mezcla de lo mejor de las sobras. El mundo exploto y quedó desierto y el viejo heredo lo mejor de todo lo que había muerto. Tiene visión telescópica, piel de tortuga lengua de camaleón y olfato de oruga. El viejo es el cirujano del tiempo, tiempo, tiempo. A sangre fría opera todos los momentos. Todos los minutos que se pierden por ahí, los puede recuperar con un bisturí. Estira los segundos para que se hagan más largos. También hace trasplantes de momentos amargos y si continúa la amargura en nada lo consuelas. Se aplica un poco de anestesia pa´que no le duela…

Se hacen eternas cuando las quieren y siempre viven y nunca mueren. Cuando se duermen son indefensas y se despiertan cuando las piensas. Y las atacan y las defienden las más valiosas nunca se venden. Alcanzan todo lo que desean
 Así de grande son las ideas.

Si quiere darle vida a un ciclo nuevo cada cierto tiempo pone huevos. No come mucho porque es de sangre fría y se alimenta de moscas que viven un solo día. Y si no hay comida no lo culpo, si se alimenta de su propio cuerpo como los pulpos no moriría aunque su cuerpo entero se comiera es como la salamandra rápido se regenera. Pueden pasar los años. Pero a este ermitaño el tiempo no le hace daño es inmortal como los santos sus vertebras son de árbol, por eso dura tanto el viejo sabio nunca se olvida de nada porque tiene su memoria congelada, sus recuerdos están enteros, los preserva con hielo seco ochenta grados bajo cero. La repetición de una acción es la técnica más efectiva para la prolongación por eso se repite aunque se esté aburriendo ya lleva nueve mil quinientos años viviendo y es que ya no pasa por problemas mayores. De tanto repetirse aprendió de sus errores pa´l viejo es un abismo, vivir no es tan bonito cuando se vive todos los días lo mismo. Le gustaría ser distinto pero repetirse y controlar el tiempo ya lo hace por instinto. Se trató de suicidar de diferentes maneras pero el viejo con oxígeno respira como quiera porque las grandes ideas descubiertas siempre renuevan sus células muertas.

8 mar 2015


No quiero un día al año con flores y saludos, como si estuviese enferma de femeneidad. No quiero un 'sos vida', como si no parir fuera no serlo. No quiero que me reconozcan por mi 'sensibilidad de mujer' como si ser fuerte fuera solo cosa de hombres. No quiero notas en los diarios sobre mujeres que 'pudieron ocupar un lugar', como si los lugares estuvieran reservados exclusivamente a varones. No quiero ser fuente de dulzura, como si un hombre dulce inevitablemente fuera "maricón". No quiero que mi rutina diaria esté determinada por lo que algunas personas que miran sus cuentas bancarias crecer -gracias a la última publicidad de Cif multiuso- me hacen creer que me facilitaron la vida porque ahora no tengo que apretar tanto la esponja cuando limpio. No quiero que la televisión me diga que yo tengo que estar flaca para que un hombre me quiera, pero que ellos pueden ser un Homero Simpson amado por una Marge. No quiero que las revistas para mi género solo me cuenten como hacer para interesar al otro sexo y me traten como un objeto de solo consumo. No quiero días especiales que lo único que hacen es remarcar esta desigualdad en lugar de superarla. No quiero más hombres y mujeres que se quejan de quienes luchan por sus derechos; ¡Eso lo deberíamos hacer todos!Quiero que mi trabajo sea reconocido por lo hecho y no por quién lo hizo. Quiero que si limpio mi casa sea porque hay suciedad no porque mi sexo me lo determina. Quiero que dejemos de lado la sumisión femenina por el poder de todos; mujeres, hombres y quienes se animan a vivir su cuerpo como lo sienten y no como se lo imponen.

5 mar 2015

La Mirada Invisible


 
María Teresa -alias Marita- es preceptora de 3º año 10º división. Su vida, aparentemente insulsa, la lleva de casa al trabajo y del trabajo a casa. No pareciera tener amigos, ni pretendientes; sus únicos lazos sociales son su madre (presuntamente loca) y su abuela. Ella constituye un engranaje más -el último- en la maquinaria de control y represión de la escuela. La cara visible de esa correa de transmisión represiva es el jefe de preceptores, Carlos Biasutto. Marita, en un primer momento, sólo quiere hacer bien las cosas; pulcra y disciplinada desarrolla sus tareas de vigilancia sobre los alumnos tal como el régimen militar ha estipulado. En el film -al igual que en la novela- Biasutto es la voz del régimen: se vanagloriaba de haber sido él quien confeccionó las listas negras de profesores y alumnos durante los primeros años de la dictadura. Es también él quien se encarga de hacerle saber a María Teresa que la subversión fue y es un cáncer, así como un espíritu a combatir. De allí, que la tarea del conjunto de los preceptores resida en la vigilancia permanente e imperceptible: la mirada invisible.

¿Vigilar y castigar?

El film da inicio a un relato que grafica, bastante bien, algunos aspectos de la cotidianeidad escolar durante los años de plomo. La regimentación del vestir y de la conducta y la sucesión de rituales patrióticos se encuentran a la orden del día en la película. La preocupación por el largo de los cabellos de los varones, la pulcritud del de las mujeres, la obligatoriedad de las medias de nylon azules, camisas abrochadas, separación de los sexos en el espacio áulico, la vigilancia de la conducta y el acatamiento de las normas de la escuela en su radio de influencia exterior. Marchas, formaciones y la canción “Aurora” por doquier son imágenes que se repiten abundantemente. Sin embargo, el film cobra otra intensidad cuando el anodino personaje de Marita decide tomar el control en sus manos. Así, se inmiscuye en el baño de los varones para vigilar. Supone que va a sorprender a un puñado de alumnos “subversivos” fumando. Su única sospecha: el creer percibir olor a cigarrillo en el baño y en uno de sus alumnos, Baragli. - Aquí, el film de Diego Lerman, se separa de la novela de Martín Kohan, que dio origen a la historia.- Mientras en esta última lo único que la mueve es obtener el reconocimiento de su superior -Biasutto-; en la recreación de Lerman a esa intención inicial se le sobreimprime una implícita relación amorosa entre Marita y Baragli. Vínculo que se inicia cuando ella decide no delatarlo al burlarse frente al vicerrector del colegio. El relato se vuelve más explícito en este punto en dos secuencias. La primera cuando ella compra una colonia Colbert, la misma que usa Baragli. La segunda cuando Marita, ya en el supuesto ejercicio de la “vigilancia”, se masturba en el baño de hombres. Del rol de centinela pasa a ser movida por su propio placer trasgrediendo las normas. A diferencia de Lerman, Kohan construye al personaje de Marita como una absoluta timorata en tanto uno de sus accionares más osados era el hacer pis en el baño de hombres. A su vez, la perspectiva que el paladín de la “nueva narrativa” le imprime al personaje de Marita es la de conseguir, en el mejor de los casos, un marido burgués al estilo Biasutto.

De sumisos, verdugos y rebeldes

El aspecto más interesante del film reside en la modificación absoluta del desenlace final respecto del de la novela. Al descubrir Biasutto la complicidad entre Marita y uno de los alumnos, éste la acusa de haber roto un vínculo de confianza entre ambos, de no haber estado buscando a “subversivos”: ella simplemente habría querido husmear en el baño de hombres. Es más, ella misma se convierte a sus ojos en una subversiva, en tanto sospecha que encontraba placer en ese escenario y la increpa. Marita sólo pide perdón, reconociendo de ese modo su accionar. En ese instante, el personaje del Jefe de Preceptores decide violarla. Una vez culminado el acto aberrante, Biasutto le indica que debía presentarse el lunes siguiente en el colegio con toda normalidad. Ahí mismo, Marita pasa a la acción y mata a su verdugo. La imagen final que la película le presenta al espectador es la de muchacha caminando por el patio, imperturbable, con el sonido de fondo de la movilización a Plaza de Mayo, organizada por la CGT, en marzo del ’82.

El camino que Kohan le sugiere a sus lectores es bien diferente: Marita es violada dos veces, repudia el hecho pero no hace nada al respecto. Ni siquiera frente a esa situación límite pasa a la acción, lo que resulta acorde con una mirada foucaultiana en donde a la coerción más extrema le correspondería indefectiblemente el consenso más férreo. Su final feliz se inicia al culminar la guerra de Malvinas y sólo porque la derrota provoca un cambio de autoridades en el colegio. De la vuelta a casa del “hermano” deviene el traslado de la familia a la ciudad de Córdoba. En ese sentido, Kohan construye un relato de personajes sufrientes, inertes e inconscientes. Marita aparece como funcional a la dictadura, aún cuando ello le provoque las más horribles vejaciones. Sólo la caída del régimen, y por ende, la apertura de la democracia le devuelve algo de vida. Un auténtico canto a la derrota.

Lerman, en cambio, al reescribir el final le marca un camino a seguir a Kohan, proporcionándonos una visión que puede interpretarse en otra clave. Una lectura que, como el realizador reconoce, resulta “más acorde a las expectativas de la sociedad actual” post argentinazo: Marita proviene de una familia pequeño-burguesa en vías de pauperización. En su mundo no todo es orden y disciplina. El personaje de la abuela creado por Lerman e inexistente en Kohan es clave, porque reemplaza a la figura de Francisco, el hermano reservista de Ciencias Morales. Francisco representa, en la novela, a otro hombre más dentro de la maquinaria represiva que tiene el plus de vehiculizar el final feliz de Marita. Lerman, en cambio, elabora un personaje contrario al orden que se jacta ante su nieta de haber tenido un amante, mientras estaba casada, y que ese hombre había sido, en realidad, el amor de su vida. El perfil de Marita expresa además varias contradicciones: es mujer en un mundo de hombres, transgrede las reglas de lo que se espera para una mujer, al espiar a los varones en su baño, y las “buenas costumbres”, al masturbarse. Además, rompe las normas de su trabajo al no delatar a quien quiere. En ocasiones escucha música “subversiva”, asiste a fiestas y le acaricia la mano a Baragli en la antesala de la vicerrectoría. Si bien es cierto que, como reconoce Lerman, el rol de los alumnos tiene poco desarrollo en la película, los muestra transgresores: dos alumnos se agarran a las trompadas en un baño, otra lee una revista de “música joven” en la séptima hora de sanción, otro se ríe frente a sus superiores. En el mismo sentido, Biasutto también transgrede la normativa cuando fuma en el baño del colegio luego de violar a Marita. Todos ellos pueden ser interpretados como ejemplos de las “disfuncionalidades” en esa maquinaria de represión pergeñada por Kohan; síntomas también del quiebre en la hegemonía militar. Asimismo, el afuera se cuela en varias oportunidades: las menciones reiteradas a la subversión; la referencia a los “desórdenes” en relación a las movilizaciones populares contra la dictadura que obligan a cerrar las puertas principales del colegio y a evitar acercarse a la plaza son algunos de los referentes que aquí pueden mencionarse. Por último, tal como Lerman señala, resulta una verdadera traición que el desenlace rompa con la pasividad sufriente del personaje principal, creado por Kohan, convirtiéndolo en el de una mujer -obrera o pequeñoburguesa pauperizada- que pasa a la acción y elimina a su verdugo.

Las modificaciones de Lerman son una expresión de los problemas que tiene la novela de Kohan como relato, en una Argentina que no es la de la derrota. Sin embargo, la película no logra ir mucho más allá. Frente a la absoluta pasividad y complicidad de la novela Ciencias Morales, la película muestra ciertas “resistencias”, en general, individuales o de baja intensidad. Las imágenes finales con el discurso de Galtieri en Plaza de Mayo al momento de declararse la Guerra de Malvinas, en una plaza colmada, entre vítores y banderas argentinas es la decepción del autor y construye consensos a favor de culpabilizarnos a todos por lo sucedido en esos años. En otro nivel, le da a Marita una salida individual, por la que probablemente vaya presa. En tal caso, lo que expresa la recreación de Lerman son los límites de la rebeldía y del reformismo. Sin embargo, a diferencia del autismo de Kohan, su “fábula moral” da cuenta de que algo ha cambiado en la sociedad argentina.